El Ajedrez, promotor de la equidad de género

Amanece, dos de enero del nuevo año de nuestro Señor de 1492, la niebla plomiza, gris y espesa que ensombreciese las vistas y las almas de los hombres durante las oscuras centurias que siguieron a la caída de Roma, se deshace lentamente, empujada por el tibio resplandor de los rayos que despuntan, sobre los cerros que rodean Granada. Una silueta emerge de entre la gélida niebla, poco se distingue en la distancia, pareciese un centauro bajo cuyos cascos perece finalmente la oscuridad de un tiempo y por encima de cuyas crines ondeantes despunta la luz de una nueva era. La inteligencia supone algún bravo castellano sobre su briosa cabalgadura, detrás otra sombra emerge y otra y otra, un ejército que luego fulgura bajo los rayos del sol que se alza, marcando con parsimonia el tiempo sobre las llanuras de Granada. ¿Quién campea al frente del hidalgo ejército, acaso el Gran Capitán Don Gonzalo Fernández de Córdoba, tal vez el mismísimo Don Fernando el católico, rey de Aragón, Castilla, León y Sicilia?... pero aquellas crines encrispadas que se adivinaban a lo lejos resultan ser nada menos que la blonda cabellera de su Majestad Isabel, reina de Castilla y León quien marchando al frente de las huestes castellanas junto a su esposo Don Fernando, se dirigen al encuentro de Abu Abd Allah Muhammad conocido entre los cristianos como Boabdil último rey musulmán de Granada. Boabdil entregará las llaves de la ciudad a los reyes católicos conforme lo pactado en las capitulaciones meses antes, poniendo con ello fin a un reino, a una época y a una Edad oscura conocida como la Edad Media… una mujer marcha al frente.


Durante aquella Edad de oscurantismo, las damas mitigaron sus días de existencia girando la rueca o peinando el telar, esperando en casa a que sus maridos regresasen de la guerra. Por ello, con seguridad para sus contemporáneos fuese causa de estupor y admiración caballeresca, esta Isabel que se batió junto y contra hombres, dentro y fuera del campo de batalla. Aún adolescente, Isabel de Castilla habría de negarse a aceptar –como bien debía toda mujer- los acuerdos matrimoniales que negociaba su hermano y saliéndose con la suya, casose secretamente con el hombre de su elección, el príncipe Fernando de Aragón. Años más tarde participará activa y triunfante, en la guerra de sucesión castellana, en la reconquista de Granada, será ella quien tome la decisión final de apoyar a Colón para su arribo a un nuevo mundo… en fin, gracias a su febril actividad y favorecida por su posición, la figura de Isabel marcó el inicio de un nuevo paradigma de feminidad.

Fieles a la tradición de los trovadores occitanos de celebrar líricamente la admiración platónica por una gran dama, tres poetas valencianos Francesc de Castellvi, Bernat Fenollar y Narcys Vinyoles publican en 1475 un año después de la coronación de Isabel como reina de Castilla, el poema Scachs d’ amor (el ajedrez del amor); 64 estrofas en las que se presenta alegóricamente una partida de ajedrez donde por primera vez aparece la figura de la dama, reemplazando al antiguo alferza del ajedrez árabe.


Podemos imaginar a esta compañía de ajedrecistas trovadores, arrobados por la personalidad avasallante de su nueva soberana, que no encaja con los moldes femeninos de una Edad que recién comienzan a dejar atrás. Hasta entonces, en el teatro escaqueado permeado plenamente de las culturas despóticas de la antigüedad: India, Persia, el Islam, junto al rey no puede aparecer más que otra figura masculina, el alferza figura del visir o primer ministro; la feminidad permaneció por siglos oculta en un harem. Así pues, la coronación de Isabel resultó ser el climax de la admiración platónica que estos tres trovadores, al igual quiza que una inmensa mayoría de los súbditos, sentían por la joven soberana, y plasmarán esa admiración en la invención e incorporación al ajedrez, de la dama, imagen de su Isabel de Castilla y reflejo de su febril actividad.

Desde entonces, una mujer es coprotagonista en el teatro blanco y negro, una mujer viene y va, protegiendo a su rey con denuedo, capitaneando a sus huestes con astucia, aplicando generalmente la estocada final al monarca adversario, el humilde peón la amará y anhelará en lo íntimo de su ser. El rey pese a sus limitados poderes, continuará siendo personaje fundamental del acto ajedrecístico, pues su captura definitiva marca el fin y la derrota. Carece entonces de sentido discutir la preponderancia de una figura u otra dentro del nuevo guión ajedrecistico: La equidad de género comienza a germinar, desde los tableros de ajedrez.

A partir de Scachs d’amor el ajedrez de la dama alcanza gran popularidad y con gran rapidez a pesar de siglos de tradición, el ajedrez árabe va abandonando la escena. Aparecerá en 1495 el primer tratado de ajedrez de la dama o ajedrez moderno, el incunable Llibre dels jochs partits dels schacs en nombre de 100 (Libro de los juegos y partidas del ajedrez en número de 100) del autor Francesch Vicent, originario de Segorbe en Valencia. Este libro goza gran difusión y será fuente para los tratados de Lucena en castellano y Damiano en italiano, este último conocerá siete reimpresiones antes de 1560. Podemos imaginar entonces, como esta epidémica difusión del ajedrez de la dama, irá alumbrando de a poco en el subconciente colectivo de la sociedad europea, con cada libro leído, con cada partida jugada, las potencialidades de un género hasta entonces prosternado. Esa lenta maduración de conciencia sobre la equidad de género, en la que el ajedrez tiene un innegable protagonismo gracias a la figura de la dama, se verá reflejada entre otros acontecimientos, en el advenimiento al poder de grandes monarcas femeninas como Isabel I de Inglaterra, Catalina la grande en Rusia (entusiasta del ajedrez), Victoria I del Reino Unido, por citar solo algunas.

Victoria I del Reino Unido “la abuela de Europa”

Desde aquellos tiempos antiguos, el ajedrez continuó sembrando silenciosamente en las mentes de niños y niñas, hombres y mujeres, en todos los rincones del planeta, esa semilla de equidad y así como ayer, hoy el Ajedrez constituye un vehículo lúdico eficaz para concientizar a nuestras generaciones sobre el rol cooperativo de la dama y el rey, del hombre y de la mujer para jugar y ganar la partida de la vida.